Llegué hasta donde se hallan mis compañeros los sueños. Las esperanzas, los anhelos.

El frío calaba mis huesos y helaba mis pensamientos. La altura hacía que el oxígeno fuera escaso. Mi cerebro pensaba cada vez más despacio y eso en aquellas alturas podía ser fatal.

Miré hacia arriba no sin esfuerzo. Con miedo por si decidía no ser capaz. Pero hallé que con apenas unos pocos metros más fuera suficiente para besar su boca. Sin embargo, y a pesar de que no dejaba de andar el camino, aquella aguja empeñada en arañar los cielos, nunca llegaba a mí. O yo a ella, pues mis años a pesar de ser muchos eran nada comparados con los que acompañaban a tan imponente arrogancia de granito.

Yo quería llegar hasta ella para hablarle de nuestras cosas. Creí incluso que llegó a susurrarme algo al oído. Algo como una pregunta. Creí oírle decir: ¿Cuál es el plan a seguir?

No lo sé! Grité.

No tenía planes. Me detuve un instante. Un momento tan sólo pero nada ni nadie me respondió.

Me senté en mis sueños para tomar un respiro. Los vientos comenzaron a mecer las nubes que asustadas se arremolinaban unas contra otras. Blancas, puras y bellas. Poco después se hizo el silencio. La nada y el todo juntos.

Y por fin apareció sublime ante mis ojos. Me estremecí, tengo que reconocerlo. Estaba allí como estuvo siempre. En lo más alto de la Sierra. Sin ningún rastrojo ya para tapar sus vergüenzas. Grande, imponente, única. De granito, para siempre!

La experiencia fue extenuante, enriquecedora, vital y dura, a la vez que liberadora y hermosa.

Había dejado que llegara a la cima. Gracias!, le grité a los cuatro vientos para que con su eco repetido me escuchara bien. Gracias! de nuevo repetí.

Y es que la montaña te desnuda, te pone cara a cara contigo, te imprime ese carácter indómito que todavía algunos seres humanos guardamos dentro de nosotros como recuerdo de otra época lejos en los años pero fijada a fuego en nuestro ADN.

Aquella montaña me enseñó a valorar la vida de nuevo, a tener muy presente la muerte, a dialogar con la realidad.

Ya nada me retenía. Ya no era importante volver.

Y así fue como dejé el mundo. Desde la cima del mundo. A la vista de nadie. A la vista de todo.

Escrito Por: Malamente

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